Un día, mientras mi hija estaba dibujando felizmente con sus rotuladores, decidí arriesgarme y sacar un nuevo cuaderno de dibujo que había encargado. Era de papel oscuro, perfecto para añadir colores vivos. Solo había dibujado un poco en él, y estaba deseando probarlo otra vez, pero sabiendo cómo le gustan a mi hija los materiales de dibujo, sabía que si no tenía cuidado, tendría que compartirlo con ella. (Nota: estoy muy a favor de que los niños hagan manualidades, pero cuando se trata de mis propios proyectos artísticos, no me gusta compartir.) Como ella estaba inmersa en su propio proyecto, pensé que podía sacarlo tranquila.
Tenía que haberlo visto venir mejor. Poco después de dibujar mi primera cara (me encanta dibujar a partir de fotos en blanco y negro de películas antiguas), se abalanzó sobre mí con una mirada intensa.
"¡Ohhh! ¿Este cuaderno es nuevo? ¿Puedo usarlo yo también, mamá?"
¡Oh no! ¡Usó mis propios argumentos de madre contra mí! Impresionada, decidí obedecer. "Iba a dibujar un cuerpo para esta cara de mujer", dije.
"Vale, yo lo hago", contestó ella cogiendo el boli. Decidí rendirme y me resigné a dejar esa página para ella y olvidar el asunto. "Ya dibujaré luego yo sola", decidí. Me encantan los dibujos de mi hija, de verdad. "Pero este era mi cuaderno", se quejaba mi niño interior.
Me encantó lo que dibujó. Yo había dibujado la cara de una mujer, y ella la había convertido en una mujer dinosaurio. Era bonito, despreocupado, y a pesar de que no me guste compartir, me encantó lo que había creado. En el cuaderno encontré otra cara que no había terminado. Le dibujó otro cuerpo y yo estaba fascinada. Era una combinación perfecta de nuestros propios estilos. Y a ella le encantó ser parte de todo esto. Nunca dudó en sus intentos. No vacilaba. Insistía y estaba muy segura de que por supuesto, mejoraría cualquier ilustración que yo hubiese hecho... y el caso es que lo hizo.
Enseguida empezó a buscar otras cabezas en el cuaderno.
"¿Tienes cabezas para mí hoy?", me preguntaba todas las mañanas. Así que empecé a buscar un hueco todas las noches para dibujarle caras (lo cual era un placer para mí, porque las caras son mi parte preferida). Entonces ella cogía un boli muy concentrada y empezaba a dibujar. Después yo añadía color, textura y pinturas, para completar las piezas. Algunas veces ella coloreaba las partes sólidas con rotuladores de colores, pero yo siempre los remataba después con acrílicos.
Algunas veces, yo le hacía sugerencias como "¡a lo mejor podría tener un cuerpo de dragón!" pero normalmente, ella las ignoraba si no encajaba en lo que ya tenía pensado. Pero como soy un adulto y un poco (vale, mucho) perfeccionista, algunas veces ya tenía algo en mente cuando garabateaba las cabezas. "¡Quizás pueda hacer un bicho!", pensaba yo alegremente mientras dibujaba, imaginando las posibilidades del resultado final. Así que después, cuando ella se ponía a pintar una forma extravagante que iba en alguna dirección surrealista, o hacía un gran círculo alrededor de la criatura y lo coloreaba entero con rotulador, parte de mi cerebro pensaba "¿Qué hace? ¡Lo está emborronando todo!" Debería haber sabido que, la mayoría de las veces, la imaginación de los niños supera de largo a la de los adultos, y que siempre siempre le quedaba mejor de lo que yo pensaba. Siempre.
Por ejemplo, la parte coloreada con rotulador de esta ilustración, según me contó, es una crisálida para que la oruga se transforme en mariposa. Claro que lo es. Yo nunca habría pensado en eso. Y por eso los niños son artistas geniales.
Después, yo le enseñaba lo que había hecho con nuestros dibujos -la pintura y el color. Era bastante crítica: "Eso es una tontería, mamá" o "¿Le gas puesto agua detrás?" Pero en la mayoría de los casos, le gustaban. A mí también me gustaban. Me encantaban.
Estas son las lecciones que aprendí con todo esto:
Intentar no ser tan rígida. Sí, algunas cosas (como mi cuaderno) son sagradas, pero si te liberas de esas cadenas, pueden pasar cosas nuevas y maravillosas. Esas cosas que te resultan tan preciadas no pueden cambiar, y crecer y expandirse a no ser que las sueltes un poco.
Al compartir mi cuaderno y tratar a mi hija como una igual en nuestras colaboraciones, le ayudé a fortalecer su confianza en sí misma, lo cual es más valioso que cualquier garabato que yo pudiese haber hecho. En su cabeza, sus contribuciones eran tan valiosas como las mías (y en realidad, lo eran).
Lo más importante, aprendí que si tienes una noción preconcebida de cómo debe ser algo, siempre acabarás decepcionado. En lugar de eso, acéptalo, porque a menudo, puede resultar siendo algo maravilloso.
Galería fotográfica http://society6.com/micaangela
"Si no quieres compartir, tendré que quitarte tus dibujos"
"Si no quieres compartir, tendré que quitarte tus dibujos"
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